Esperando a ser transyo: el transhumanismo en la obra de Egan

Greg Egan no es un autor fácil. Cualquiera que se haya aventurado en alguna de sus novelas puede dar fe de ello. Eso no quita que el esfuerzo valga la pena, sobre todo si te atrae la especulación de altos vuelos, la metafísica, la epistemología y disciplinas tan exóticas (y enloquecedoras) como la mecánica cuántica o la teoría del todo (la que unificará en un solo enunciado las explicaciones para las fuerzas electromagnética, gravitacional, fuerte y débil... con la teoría de la información como invitada de última hora). Las ideas que esgrime van de lo sorprendente a lo portentoso, y tal vez su gran problema sea que las dispara en ráfagas, poniendo a prueba nuestra capacidad como lectores para ir asimilándolas.
Sus historias tienen lugar en el futuro, un futuro que no está en general demasiado alejado en el tiempo (lo bastante próximo como para que sus lectores más jóvenes puedan albergar la esperanza de seguir dando guerra por entonces), pero, eso sí, diferente, casi alienígena en muchos aspectos; distinto de un modo global, no en dos o tres aspectos escogidos para dar “color temporal” al escenario. Esto, por un lado, ofrece una riqueza y profundidad a las historias difícil de igualar, pero también puede llegar a saturar si no se mastica con cuidado la información. Quien mejor ha explicado esta circunstancia, llevada a sus últimas consecuencias, puede que haya sido Warren Ellis en el octavo número de su excepcional serie “Transmetropolitan”, titulado “Otra fría mañana”. En este cómic se relatan las experiencias de una activa mujer de finales del siglo XX, criogenizada y vuelta a la vida en un mundo extraño e irreconocible, donde hasta lo más cotidiano le resulta incomprensible. El shock cultural la convierte en un zombie que contempla desde fuera, superado incluso el asombro, una vida en la que no puede integrarse. Pues bien, ésa es la sensación que muchas veces se experimenta leyendo a Egan, la de que hemos sido lanzados en medio del futuro sin cinturón de seguridad. En este sentido, cabe resaltar la idoneidad de su obra breve para examinar algunas de sus más revolucionarias ideas por separado, sin que nos distraiga la interferencia de todas las demás. Pero ya volveremos más adelante sobre esto.
Sus novelas son densas, con varios niveles de lectura posibles, y para complicar las cosas nunca puedes estar seguro de cuándo un elemento que parecía de relleno (y al que, por consiguiente, no le has prestado demasiado esfuerzo) va a convertirse en un puntal de la trama subsiguiente. En estas condiciones, no es de extrañar que determinados aspectos cobren protagonismo y oscurezcan al resto. Suele tratarse del fundamento teórico físico, que a menudo se emplea como excusa para ir hilvanando el argumento y que con frecuencia nos obliga a dar un par de saltos al vacío en cuanto ha llegado al límite de los actuales conocimientos... o directamente a asumir como axioma un dato que será la base sobre la que se construirá la especulación (la teoría del polvo de “Ciudad Permutación” o la explicación al colapso de la función de onda en “Cuarentena” son buenos ejemplos).
Entre los aspectos oscurecidos se cuentan, por ejemplo, la brillante especulación biológica (salvo en el caso de la base argumental de “Teranesia”, donde ignora de un plumazo todos lo datos de la genética evolutiva por mor de describir y sacar partido a un espectacular proceso mutacional), en menor grado los aspectos filosóficos de las teorías esgrimidas y, sobre todo, los personajes, hasta el punto de ser a menudo considerados, con cierta indulgencia, como meros maniquíes al servicio del autor para que éste exponga en todo su esplendor su parafernalia postciberpunk.
Tal vez esto sea así en cierto sentido. Si tienes una novela de trescientas páginas donde debes lidiar con un mundo caótico, repleto de maravillas (y pesadillas) tecnológicas, cambiado en determinados aspectos hasta casi más allá de lo reconocible, además de profundizar en abstrusos planteamientos cosmológicos y gnoseológicos (“El Instante Aleph”), supongo que es natural que la complejidad de los personajes se manifieste en modos bastante inusuales (nada que ver con el típico drama intimista). Y es que los protagonistas a través de los que se nos relata la historia suelen ser bastante fríos, más dados a la reflexión que al sentimiento; e incluso un tanto raros, cínicos, un poco outsiders en sus propias sociedades (algo imprescindible para servir de puente entre nuestra mentalidad y la de sus paisanos, ya que difícilmente alguien integrado de verdad constituiría un buen guía, pues daría demasiadas cosas por sentado). A este respecto, cabría mencionar algunas excepciones (a la frialdad, no a la falta de integración): Prabrir, el protagonista de “Teranesia”, y Martín, el de “Oceánico” (además de varios de los personajes de los cuentos de “Axiomático” enfrentados a situaciones extremas, como en “La caja de seguridad”, “La ricura” o “Amor apropiado”). En todo caso, no hay que dejar que el contexto y la extrañeza de sus dilemas nos hagan desdeñar a los personajes. Sería, de hecho, una verdadera pena, ya que Egan nos permite como nadie echarle un vistazo a nuestro futuro: la transhumanidad.
Pero bueno, vayamos por partes. ¿Qué es eso de la transhumanidad? Según definición de la Wikipedia, el transhumanismo es un movimiento cultural e intelectual internacional que apoya el empleo de las nuevas ciencias y tecnologías para mejorar la anatomía y las habilidades cognitivas y corregir lo que considera aspectos indeseables e innecesarios de la condición humana, como la enfermedad o el envejecimiento.
Por tanto la transhumanidad es, en dos palabras, "humanidad mejorada”.
Aunque es posible encontrar raíces tan lejanas como el propio concepto de medicina (cuya función es aliviar el sufrimiento y, por tanto, mejorar la vida humana), el componente científico/tecnológico no empezó a cobrar forma hasta la década de los veinte, con el trabajo del genetista J. B. S. Haldane (cuyas ideas influyeron, sin ir más lejos, en la obra literaria de su amigo Aldous Huxley), y el movimiento no se organizó hasta principios de los ochenta (justo a tiempo de influir en el cyberpunk). Por supuesto, muchas de las ideas transhumanistas ya llevaban tiempo circulando y asomando la cabeza en las obras de numerosos escritores de ciencia ficción, pero aún no habían cristalizado en una filosofía única. Podríamos decir que les faltaba focalización, un propósito bien definido.
Por supuesto, el camino no es sencillo y único. Existe toda una multitud de posibilidades para alcanzar el futuro transhumano, como el uso de la tecnología para prolongar la vida o facilitarla en medios hostiles (desde los clásicos cyborgs hasta implantes específicos, interfaces hombre/máquina o soluciones extremas como la recreación virtual de la personalidad) o el empleo de avances en las ciencias biológicas para obtener el mismo fin (modificaciones genéticas, neuronales, endocrinas, prolongación indefinida de la vida, evolución dirigida, eugenesia...). Por supuesto, una corriente seria de pensamiento debe ser autocrítica, así que no basta con examinar las posibilidades, sino también los peligros y los obstáculos que se prevén (pero evitando siempre el simplista complejo de Frankenstein).
En la obra de Greg Egan las ideas transhumanistas siempre están presentes. Su concepto de la ciencia ficción dura consiste en explorar cómo la tecnología afecta al hombre (y cómo éste empuja los límites tecnológicos). Resulta algo inevitable. Si la humanidad sobrevive a las próximas décadas se va a encontrar con poderosas herramientas a su disposición que, sin que quepa la menor duda, serán puestas a trabajar. Así que escribir sobre el futuro obliga a escribir sobre la transhumanidad. O debería obligar. No es muy habitual encontrarse en la misma novela con conceptos tales como realidad virtual y la esencia del ser o el significado de la inmortalidad (como reflexión, no como simple meta idealizada), pero esto es precisamente lo que podemos encontrar en “Ciudad Permutación”; y si ya resulta complicado encontrar una ficción acerca de la interpretación de Copenhage de la física cuántica, no digamos si además explora el papel y la responsabilidad del observador al negar la existencia de los múltiples estados descartados (“Cuarentena”). Quizás sea mucho pedir, pero viene a demostrar que audaces propuestas científicas no tienen por qué estar reñidas con la exploración filosófica y el estudio, en suma, de lo que significa ser humano y trascender dicha definición.
Bueno, supongo que ya podemos entrar en materia de verdad. A continuación detallaré algunas de esas ideas que he estado anunciando durante las páginas anteriores. Lo haré más o menos libro a libro (entre las novelas publicadas en España), aunque sin ceñirme con obstinación a este esquema, en especial por lo que respecta a hacer mención de alguno de los cuentos que componen “Axiomático” u “Oceánico”, en los que puede encontrarse la semilla para desarrollos posteriores.
Casi ni hace falta avisar que de aquí en adelante se revelarán algunos detalles de las tramas que tal vez no desearías conocer si aún no has leído el libro en cuestión (en realidad, las ideas tendrán que exponerse de un modo tan somero que serán poco más que breves bosquejos del bagaje filosófico que arrastran, pero no me gustaría negarle a nadie el placer de descubrirlas por su cuenta). Si en algún momento necesito comentar algo de verdad significativo ya lo avisaré con un poco de antelación para que podáis saltároslo (pero sólo hasta que hayáis subsanado la grave carencia lectora que os obliga a ello, ¿vale?).
CUARENTENA fue su primera novela de ciencia ficción (1992), aunque por estos lares fue la segunda que disfrutamos (Gigamesh, 1999). Como considero que es más acertado utilizar el orden cronológico de su escritura, será la primera en ser analizada en busca de trazas de transhumanismo. En fin, tampoco hay que buscar mucho, ya en la primera página se detallan las especificaciones de dos modificaciones neurales que permiten al protagonista recibir y asimilar mensajes mientras duerme (despierta con la información codificada en su cerebro). No son más que dos ejemplos de lo que en ese mundo del año 2.067 se conocen como módulos, modificaciones en el sistema nervioso central que permiten a quien las utiliza acceder (de forma transitoria o permanente) a habilidades que van desde experiencias recreativas a funciones avanzadas (como una impronta similar al GPS unido a la Guía Campsa o una oficina de trabajo virtual); o incluso ejercer control consciente sobre funciones corporales generalmente autónomas. La forma de acceder (casi siempre previo pago) a estos módulos es bien sencilla, se inhalan (se aspira por las fosas nasales nebulizado un medio bacteriano cargado de nanomáquinas cuya función consiste en rediseñar los circuitos neuronales). Nick, el protagonista, es un antiguo policía que abandonó el cuerpo a raíz del asesinato de su esposa y carga con la culpa de sus acciones de entonces, dictadas por los módulos profesionales que se le activaron automáticamente ante la situación de estrés (convirtiéndolo, según su propia definición, en un boy scout zombie). Para acabar de enredarlo todo, su principal implante se llama Karen, y es una recreación virtual de su esposa muerta que utiliza tanto como secretaria virtual como a modo de consuelo/autorreproche permanente (cabe remarcar que a pesar de que la “ve”, la “oye” e incluso puede “olerla”, Karen está sólo en su cerebro).
Los módulos constituyen una puerta abierta a las más insospechadas habilidades sobrehumanas. ¿Qué tal sería que nuestro cerebro pudiera realizar por su cuenta las funciones de PDA, teléfono móvil, consola de videojuegos, portátil, farmacopea y múltiples más? ¿Pero y si no se limitasen a actuar sobre las habilidades e implantasen ideas? Ésta es la premisa del cuento que da título a “Axiomático”. Los humanos obtienen la posibilidad de “elegir” cuáles serán sus creencias, sin importar cuán opuestas sean a sus principios normales. Pero, ¿cuáles son los normales? ¿Por qué si alguien decide libremente asumir como propias unas ideas deben dejar de ser normales? Para el receptor del módulo, por supuesto, no existe la menor diferencia. Además, como pueden ponerles periodo de caducidad, no hay problema en experimentar... a no ser que luego no resulte agradable vivir sin un axioma irrebatible como guía. En el mismo volumen, “El paseo” también involucra un módulo muy particular.
Y hablando de módulos especiales, cómo no hacerlo del que justifica la novela, un módulo que permite al protagonista controlar el colapso de la función de onda y, por tanto, escoger, en ausencia de otro observador, cualquier desenlace estadísticamente factible de un suceso dado, sin importar lo improbable que sea. Eso, que parece maravilloso, suscita graves reflexiones. ¿Es responsable Nick de “asesinar” a los múltiples Nicks que por azar se han encontrado en el estado cuántico incorrecto en un momento dado? ¿Y si no hubiera observadores? ¿Cuál seria la naturalaza “esparcida” de un ser que experimentara la realidad en todas sus manifestaciones posibles? Lo cual lleva a su vez a preguntar por qué treinta y tres años antes (la elección de la cifra es cualquier cosa menos casual) una burbuja aisló el sistema solar del resto del cosmos (evitando, quizás, que los humanos siguieran colapsando la función de onda en un universo esparcido y orgulloso de serlo).
Esta visión de la mecánica cuántica (la interpretación de Copenhage) no es la única. Egan también ha empleado una alternativa, la interpretación de los Mundos Múltiples en uno de los cuentos publicados en “Oceánico”, “Singleton”. En este cuento, uno de los personajes (sobre el que volveré más tarde) recibe de sus padres la posibilidad (tecnológica) de librarse de la falsa sensación de libre albedrío que todos compartiríamos, ya que en cada ocasión que se presentara una elección, lo que realmente ocurriría es que la realidad se dividiría en todas y cada una de las opciones. Gracias al Procs (que así se llama el dispositivo), Helen (que así se llama el personaje) elije realmente de forma determinista una única opción coherente con su personalidad y conocimiento. En resumen, el Procs otorga el don del libre albedrío a la humanidad esparcida. Si eso no es una mejora transhumana ya no sé qué puede serlo.
En “El asesino infinito” (contenido en “Axiomático”), Egan también se decanta por la interpretación de los múltiples mundos para ofrecernos la historia de un ejecutor encargado de frenar vorágines, saltos de realidad provocados por una droga ilegal. Todos los estados cuánticos tienen existencia real en mundos paralelos y el protagonista presenta la extraña virtud de ser esencialmente idéntico en todos ellos (y comportarse más o menos de la misma forma, lo cual aumenta sus posibilidades estadísticas de éxito). Claro que, ¿qué supone eso para cada yo individual? ¿Tiene alguna importancia cualquier opción específica si todas acaban siendo tomadas por alguna versión? ¿Cómo puede darse la conciencia de multiplicidad cuando la percepción está ligada a un estado propio específico?

CIUDAD PERMUTACIÓN fue escrita en 1994, y publicada en España por Nova en 1998. En ella, el autor lleva hasta sus últimas consecuencias el concepto de Inteligencia Artificial y transhumanismo, mediante la idea de las Copias, recreaciones informáticas de la personalidad de individuos “reales”. Pero, si se llega a emular con suficiente fidelidad todos los procesos fisiológicos y neuronales que configuran la personalidad, ¿por qué no debe ser una Copia tan real como su modelo? Su objetivo es muy claro, ofrecen la inmortalidad, o al menos la inmortalidad de la conciencia... siempre que pueda considerarse que los recuerdos y la imitación de la forma de pensar constituyen una prolongación de la conciencia original. Al menos legalmente así se entiende en el contexto de la novela; por el momento, claro está, ya que nada se encuentra a salvo por completo de vuelcos políticos o catástrofes naturales. ¿O sí? Paul Durham, un informático, tiene la respuesta definitiva para tranquilizar a los más ricos del planeta: confiar una copia suya (puede haber varias activas, además del ser humano original, lo cual complica un tanto cómo considerarlas) a un macroproyecto: la simulación de un mundo virtual (la Ciudad Permutación del título) que una vez en marcha sigue computándose eternamente sin necesidad siquiera de un componente físico dedicado a ello. El fundamento técnico (que debe asumirse como cierto) es la Teoría del Polvo, un planteamiento más filosófico que científico, que implica la unión coherente e ininterrumpida en tiempo subjetivo de un “trabajo” computacional llevado a cabo por todas las partículas del universo interaccionando al azar durante toda la eternidad (al menos en teoría, poseen el potencial para construir todas las realidades, algo que he visto definido como materialismo platónico).
La primera parte de la novela tiene lugar en nuestro mundo físico y en ella se nos presentan por primera vez las copias (en particular la de propio Durham, que no está muy conforme con el papel que le ha tocado en suerte en el equipo y que, además, se ve privada de la capacidad de “suicidarse”). Por su parte, Maria Peluca, otro de los personajes, se ocupa de programar un entretenimiento para los ricachones: un autómata celular lo suficientemente complejo como para llegar a desarrollar por procesos evolutivos entes inteligentes; el mundo de Lambert. La idea de Durham es colarse como invitado en su propio universo artificial... y llevarse consigo una copia de Maria. Sólo que ésta no se siente muy inclinada a realizar ninguna copia, ya que por mucho que se multiplicase, su yo físico, lo que considera “real”, estaría muerto.
La segunda parte transcurre por entero en Eliseo, el espacio virtual donde se encuentra Ciudad Permutación, sin ningún lazo con la realidad física que ha dejado atrás. Allí las copias de los ricos viven una existencia verdaderamente transhumana, con todas las capacidades que un medio como aquél puede proporcionar a sus moradores, pero también con peligros insospechados en un entorno donde la coherencia se obtiene por pura inercia de la voluntad, donde la inmortalidad no es una opción sino una realidad demasiado cierta y donde la definición de la personalidad puede ser algo tan mutable como la elección de ropa (aunque, sin duda, mucho más significativa; el problema es que es imposible establecer cuánto).
El dilema de la consideración de las Copias como seres reales (e incluso alguna exploración adicional sobre el concepto) puede encontrarse en otro magnífico cuento de “Axiomático”, “Un secuestro”. Así mismo, y volviendo como ya había anunciado sobre “Singleton”, creo que es tiempo de considerar el pequeño detalle de que Helen no era humana por completo, sino una iada, un ser artificial (creado a partir de datos genéticos de sus “padres”). Parte de la trama de este cuento largo (casi novela corta) trata sobre el conflicto social que se suscita acerca de si aceptar dentro del seno de la humanidad a estos seres que piensan, actúan y sienten como el hombre.
Otros dos cuentos de “Axiomático”: “Aprendiendo a ser yo” y “Cercanía”, tratan sobre copias y su ética, aunque en su caso reemplazando al cerebro humano al mando del cuerpo mediante un procesador conocido como la Joya que recrea la mente original. Dos relatos estremecedores y ambiciosos como pocos, aunque superados a mi entender por el concepto de la Copia libre en un entorno virtual infinito.

EL INSTANTE ALEPH, de 1995, cierra lo que se conoce como Trilogía de la Cosmología Subjetiva (no es que las tres novelas compartan hilos argumentales, ni siquiera se puede afirmar que formen parte de la misma realidad, sino que exploran el papel del observador inteligente en la configuración del universo... o de Su universo). La novela fue publicada en España por Gigamesh en el año 2000.
Se me hace difícil empezar, ya que de entre todas las obras publicadas en castellano, es ésta, sin duda, la más rica en ideas transhumanistas. Prácticamente cada página ofrece algo nuevo y extraño. La obra abraza la que sin duda es la corriente más plausible (por la naturaleza humana, que ésa no va a cambiar en un futuro próximo) del movimiento: el transhumanismo libertario, que defiende el derecho a la búsqueda personal del cambio siguiendo sólo las reglas del libre mercado. Junto con ayudas tecnológicas (el protagonista, Andrew Worth, un periodista científico, lleva implantada una cámara en su ojo y posee otros varios interfaces electrónicos), se dan modificaciones quirúrgicas (los autistas voluntarios son un ejemplo del derecho a “involucionar”, de acuerdo con las normas sociales, al prevalecer la voluntad personal y la potestad de dirigir su propia evolución), genéticas (en uno de las subtramas más inquietantes, un grupo de ricachones se segrega bioquímicamente del resto de la especie humana; suponiendo un desarrollo de la idea expuesta en el cuento “El foso” de “Axiomático”) y farmacológicas (con cócteles diseñados de forma específica para cada usuario y ocasión). Pero además trata cuestiones tales como la modificación de los sexos (hay siete “grados”: umasc, masc, imasc, ásex, ifem, fem y ufem; y la migración entre ellos no es algo raro), la legitimidad de las patentes biotecnológicas (buena parte de la trama acontece en Anarkia, una isla artificial construida con una ecología pirata) y, por supuesto, la teoría unificadora de las cuatro grandes fuerzas, que busca, literalmente, explicarlo todo (la TOE).
Lo más asombroso es que todos y cada uno de los temas se tratan y analizan en cierta profundidad, ofreciendo en muchas ocasiones tanto los pros como los contras de la tecnología, aprovechando, claro está, las inclinaciones naturales del protagonista. ¡A ver cuántas historias conocéis en las que el “héroe” sea un periodista científico! Y no se trata de una anécdota banal. Uno de los frentes principales que se abren en la novela es la lucha activa de la razón frente a la ignorancia. En un momento dado se comenta: “Cuando las personas dejaban de entender cómo funcionaban en realidad las máquinas que las rodeaban, el mundo que habitaban se disolvía en un paisaje onírico incomprensible. La tecnología avanza sin control, sin debate, provocando adoración u odio, dependencia o alienación”. Para Egan el conocimiento es fundamental, pues es lo que confiere la verdadera libertad para tomar decisiones (sean correctas o no). Aquí nos encontramos como antagonistas a las conocidas como sectas de la ignorancia, que defienden el concepto de que ya basta de investigar y jugar con conocimientos que nos superan. Son las fuerzas del oscurantismo, los etiquetados como bioluditas en los círculos transhumanistas, los enemigos del desarrollo y quienes tratan de interponerse en el camino evolutivo del hombre por miedo a dónde pueda conducir. Y llegamos al punto culminante de la novela (OJO, revelo algunos detalles significativos; como se suele indicar: Proceed at your own risk).
La conclusión es en realidad un comienzo. El Instante Aleph es una singularidad gnoseológica (más que tecnológica, que es la que propugna Vernor Vinge), un punto en el que todo cambia de forma tan abrumadora que ya no nos es posible entender lo que hay más allá. Al final de la novela los personajes ya no son sólo transhumanos, sino que han alcanzado el estadio superior, el posthumanismo. Sus capacidades (derivadas de la formulación de la TOE) los han hecho evolucionar tanto que ya no pueden ser considerados meros humanos, son algo diferente, como nosotros nos diferenciamos de los animales irracionales.

TERANESIA fue escrita en 1997 y fue publicada por AJEC en el 2003. Se trata de una novela atípica en Egan, centrada en los personajes más que en la ciencia (que además cojea un poco; la genética evolutiva no es lo suyo). No es ajeno a este hecho el que sea la que acontece más cercana en el tiempo, apenas un par de décadas. Entre otros temas, habla sobre el sentimiento de culpa del protagonista (Prabir Suresh) por la muerte de sus padres, su identidad sexual y el drama de los refugiados de Timor Oriental (una cuestión en la que el autor está muy comprometido). Sin embargo, presenta también su porción de ideas transhumanistas. Se podría considerar sin problemas como un alegato del extropianismo, una corriente filosófica que propugna la necesidad de tomar parte activa en la evolución y mejora de la especie humana. (De nuevo me veo en la necesidad de adelantar acontecimientos, así que ya sabéis: spoilers alert). Los protagonistas se tropiezan con un mecanismo biológico revolucionario que combina evolución y computación cuántica para explicar los grandes saltos macroevolutivos (lo siento, no cuela). También descubren que si quieren escapar a un destino ignoto deberán entrar en una era post-darwinista de la evolución humana. Una vez más, es el intelecto asumiendo, gracias al conocimiento, el timón de mando.
Y con esto se terminan las obras publicadas hasta la fecha en castellano (en formato libro; hay varios cuentos sueltos en diversas revistas). Quedan a la espera “Diaspora” (1997), “Schild’s ladder” (2002) y, por supuesto, “Incandescence", cuya publicación en inglés está prevista en cuestión de meses (tras un interludio de seis años sin nuevas obras). De las dos ya publicadas, parece ser que “Diaspora” es la más cargada de temas transhumanistas, con la población humana dividida en tres grupos: los corpóreos (hombres de “carne y hueso”, aunque sin desdeñar importantes modificaciones genéticas), los robots de Gleisner (inteligencias artificiales que interaccionan con el mundo físico a través de cuerpos robóticos) y los acorpóreos (inteligencias artificiales que viven aisladas en entornos también virtuales dentro de superordenadores conocidos como polis). La investigación sobre un desastre a escala cósmica lleva al descubrimiento de nuevos conceptos físicos y a superar varias singularidades tecnológicas. Lo más curioso es que según se afirma por ahí “Schild’s ladder” es todavía más dura (es definida como la novela más dura de Egan, lo cual ella es decir) y sus personajes parecen ser directamente post-humanos. Casi no puedo esperar a echarles el diente.

Ciudad permutación (Permutation city) - Nova, 1998 - ISBN 84-406-8567-X
Cuarentena (Quarantine) - Gigamesh, 1999 - ISBN 84-930663-0-3
El Instante Aleph (Distress) - Gigamesh, 2000 - ISBN 84-930663-7-0
Teranesia (Teranesia) - AJEC, 2003 - ISBN 84-96013-06-5
Oceánico - Cuásar, 2005 - ISBN 987-22090-0-6
Axiomático (Axiomatic) - AJEC, 2006 - ISBN 84-96013-26-X

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